Eran las fiestas de San Fermín en Pamplona y no habían pasado 24 horas desde el chupinazo. La madrugada del 7 de julio de 2016, cinco hombres de entre 25 y 28 años violaron a una joven de 18 por pura diversión en un portal en pleno centro de la ciudad. El grupo de amigos se hacía llamar en WhatsApp “La Manada”, nombre por el que hoy sigue siendo conocido uno de los casos de violencia sexual más mediatizados de los últimos tiempos.
Porque la víctima se atrevió a denunciar y, con ello, puso en evidencia los cimientos patriarcales sobre los que se asienta la Justicia en España: la primera sentencia emitida por la Audiencia Provincial de Navarra negó la existencia de una agresión sexual y condenó a los acusados a tan solo nueve años de cárcel por un delito de abuso sexual. No había pruebas de que la víctima hubiera verbalizado que no quería ser violada.
Aquello despertó nuestra rabia y la de la sociedad entera que, guiada por el movimiento feminista, salió a las calles al grito de “¡hermana, yo si te creo!” y le dio la vuelta al clásico “no es no” para dejar claro que “solo sí es sí”.
Ahora, cuando han pasado tres años desde que el Tribunal Supremo elevara la pena de los agresores de La Manada a 15 años de prisión al reconocer el relato de la víctima, nuestra proclama ha inspirado una ley de libertad sexual que, por primera vez, aplica la perspectiva de género al Código Penal colocando el consentimiento en el centro, tal y como establece el Convenio de Estambul.
Cansadas de la cultura del sometimiento en la que nos han educado, desde FEMEN celebramos que, por fin, la Justicia acepte algo tan simple como que, en las relaciones sexuales, si no hay un “sí”, es un “no”, como que si estamos borrachas o drogadas seguimos teniendo voluntad, como que si nos paraliza el pánico de vernos frente a una situación de extrema violencia no dejamos de ser víctimas de la misma agresión.
En definitiva, celebramos sin bajar la guardia que, por fin, una norma ampare legalmente que sin consentimiento es violación.